miércoles, 2 de marzo de 2011

Capítulo 2. Muerte. Día 1 de junio de 2012. Viernes. Las 14:30 horas.

En la sala “dels naixementsde la zona de los primates del zoo de Barcelona, actualmente desocupada por falta de natalidad, se encuentran Pedro, Sergio y Patricia, biólogos encargados de dar la bienvenida a la nueva atracción del zoológico. Son casi las tres de la tarde. El viento apenas mueve las copas de los árboles, los animales se refugian en las sombras y el bochorno anuncia la llegada de un verano bastante caluroso.
Pedro tiene 36 años. Es un hombre robusto y de pelo rizado y negro. Mide un metro sesenta y se mueve con mucha tranquilidad. Ha estado unos años ejerciendo de profesor en la Universidad de Valencia y lleva tan sólo tres trabajando en el zoológico. Es de carácter tranquilo y con facilidad para la palabra. Le encanta explicar cosas sobre los animales a todo aquél que le pregunta y está encantado con el cambio de trabajo.
Patricia es la más mayor, cuenta 42 años y lleva muchos en Barcelona. Pese a haber entrado ya en los cuarenta es de espíritu joven y luchador, y se mantiene en buena forma física gracias a los ejercicios que procura hacer tres veces por semana, de pilates. Es, sin duda alguna, la mejor con el cuidado de las crías y adaptándolas a sus nuevas vidas en el zoo. Tiene un carácter serio y se preocupa mucho por las condiciones en las que trabajan y en las que viven los animales. Aunque a veces pueda parecer gruñona o muy crítica, quiere siempre lo mejor para la gente que la rodea.
Sergio es el más joven, con tan sólo 29 años ya se ha labrado un nombre propio en el zoo. Es atrevido, ayuda a todo el mundo y le apasiona su trabajo. Incluso más enérgico que Patricia, destaca más, porque se mete en todo y no para quieto en ningún momento. Conoce a todos los trabajadores del zoo. Es rubio, de metro noventa y delgado. Hace algún tiempo tuvo problemas de espalda pero lleva varios años cuidándose seriamente y pocas veces se queja de ello.
-          Estos Papiones son espectaculares, parecen un poco agotados por el viaje pero seguro que conseguimos que se adapten a su nueva vida en menos de lo que gime un gallo –comenta Pedro entusiasmado.
-          Que Dios te escuche Pep pero se dice “en menos de lo que canta un gallo” y espero que estos Papiones hagan venir a más visitantes, porque si contamos únicamente con las generosas ayudas del Ayuntamiento no nos llegará ni para darles de comer. –replica Patricia – Mierda Sergio, te dicho miles de veces que esperes a que les hagamos los análisis antes de tocarlos sin protección, un día cogerás algo.
-          Joder, lo has visto, el muy cabrón me ha mordido. Qué triste, en su estado normal podría haberme arrancado un trozo del dedo y lo único que ha conseguido es hacerme un rasguño. Estos monos están extenuados. Además, no sé porque te preocupas tanto, ya les hacen controles de sanidad antes del viaje. –comenta Sergio sin apartar la mirada de su dedo que empieza a sangrar sutilmente. –Además, ¿tú crees que pueden llegar a contagiarme algo que ya no tenga?
-          Tú fíate de eso que un día te llevarás una sorpresa. Mira, en esta jaula parece que hay uno enfermo. Empezaré por éste para saber si tenemos que aislarlo.
Cuatro horas más tarde, los tres biólogos cierran la función y se dirigen a sus casas. Ya han extraído sangre y marcado a todos los ejemplares. Los resultados los tendrán en cuarenta y ocho horas. En la sala de al lado, unos encargados de limpieza inician su turno.
El viento ha cambiado y sopla una leve brisa primaveral que invita a pasear por el bonito zoológico de Barcelona. Mientras, el sol va descendiendo por la parte oeste del Parc de la Ciutadella para dejar paso, muy a poco a poco, a una noche estrellada y sin luna. Aún no son ni las ocho de la tarde. Con paso veloz, Patricia se despide y se encamina hacia el aparcamiento para meterse en el coche. No se da cuenta de que será la última vez que vea a Sergio con vida. Pedro, por su parte, coge la bicicleta aparcada en una valla fuera del laboratorio. Les dedica una sonrisa a ambos y se despide con unos pocos aspavientos de mano.
Sergio, cómo cada tarde al salir del trabajo, se dirige a su piso en la calle de la Jota, recoge su macuto cuidadosamente preparado por la mañana y se encamina al Club Natació de Sant Andreu para nadar un rato. Lleva haciendo esta rutina desde que le diagnosticaron una escoliosis grave a los 17 años. Ahora apenas tiene molestias en la columna y el poder nadar una hora diaria hace que viva mucho más relajado.
Después de haber nadado durante más de media hora se ducha y prepara sus cosas para la vuelta a casa. Intenta memorizar que tiene que pasar por la tienda de la María, una señora a la que le compra el pan desde hace mucho tiempo, pero mientras cruza la calle por la Avinguda Meridiana, sus pensamientos se distraen al ver al niño de sus vecinos, Ernesto, un niño de 11 años que lleva un pájaro en las manos mientras su madre habla con una amiga al lado.
-          Hola Ernesto, ¿qué llevas ahí, un gorrión? –exclama Sergio.
-          Si, lo he encontrado hace un rato pero parece que tiene un ala rota, ¿tú podrías ayudarme a curarlo? –pregunta Ernesto con un tono de súplica en la voz.
-          Haber, déjame verlo –dice Sergio mientras recoge con cuidado en sus manos al indefenso pajarito.
Mientras el biólogo le explica que se lo tendría que llevar para ver exactamente lo que le pasa, un coche a demasiada velocidad entra en la calzada y se lleva por delante a los dos peatones.
Ernesto sale despedido cuatro metros y termina en medio de la calle con una pose antinatural. Tiene la columna vertebral partida por la mitad superando la altura de la cintura y ha perdido completamente el conocimiento. También tiene los brazos sangrando por el impacto de la caída y el hombro izquierdo dislocado. Sergio, al igual que su pequeño amigo, vuela unos metros hasta chocar con una farola y caer al cálido pavimento. Sigue consciente pero sin apreciar que tiene las piernas rotas por varios sitios y de que cuatro costillas le han perforado gravemente los pulmones. También sangra por un oído y le faltan dos incisivos en la boca. Está echado de lado. Le cuesta respirar y tiene la boca llena de sangre, pero el estado de shock en el que se encuentra le impide razonar. No se da cuenta de que está muriendo lentamente. No siente cómo la vida abandona su cuerpo en cada segundo que pasa. Ve a gente, oye voces, llantos y gritos. Durante unos segundos es capaz de discernir que ya es casi de noche. El mundo se para a su alrededor. Mira sus manos rasgadas y no ve al pajarito que hace unos segundos sostenía. Se le ha roto una uña y uno de los meñiques no parece estar en su sitio. Pierde totalmente el conocimiento.
Minutos más tarde llegan tres ambulancias para llevarse a Ernesto, el cuerpo sin vida de Sergio y el conductor del coche, un hombre llamado Carlos que acaba de arruinar su vida por conducir hablando con el móvil. Sólo ha sufrido heridas leves pero está terriblemente conmocionado.

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