lunes, 14 de marzo de 2011

Capítulo 7. No habrá un mañana. Día 2 de junio de 2012. Sábado. Las 09:26 horas.

En el hospital de Sant Pau, Barcelona, aún está por pasar lo más malo. Carlos ha pasado una noche terrible. Primero le tomaron declaración de los hechos al llegar al hospital. Se declaró culpable de todo y repetirlo le hizo sentirse incluso peor de lo que estaba. Después de hablar de lo ocurrido, le administraron un medicamento llamado Temazepam con el fin de calmarle la tensión. Estuvo más de media hora tumbado en la camilla, inmóvil, sin poder pensar en otra cosa que el accidente. Entonces llegó la madre del niño. Gritando que qué le había hecho a su hijo. Suerte que los médicos y los asistentes no la dejaron entrar a la habitación. Pero la escuchaba chillar y sollozar. Era horrible. Se le hizo eterno. Y luego el completo silencio de un pasillo vacío.
Al cabo de pocos minutos llegó una doctora que lo auscultó y le volvió a tomar la tensión. Intentó hablar con él pero no escuchó nada. Sólo oía las voces de la madre. “tendrías que ser tú el que estuviera muerto” se repetía una y otra vez. -¿Qué harás ahora? –Se preguntaba en pensamientos -has matado a un hombre y jodido la vida a un pobre niño. La doctora lo dejó otra vez sólo en la habitación. Le dijo algo de una botella de agua. Cuando la asistenta volvió con una botella de agua Carlos se la tomó tranquilo y al cabo de un rato se levantó intentando parecer sereno y reposado.
-Perdone, me gustaría ver al niño –le dijo a la asistenta con tono sereno.
-Lo siento, me parece que en estos momentos aún le están operando.
-¿Se sabe algo de él? ¿Conseguirá vivir?
-Me han dicho que de momento está estable pero que posiblemente pierda la movilidad de cintura hacia abajo –le intentó explicar la enfermera con el mayor tacto posible. –Escuche, ahora lo que le conviene… –pero Carlos ya no la escuchaba. Su mente le volvía atormentar. Volvía a sus pensamientos las imágenes del accidente. El cuerpo del hombre que había matado. El niño tumbado en el arcén en una pose antinatural. Los gritos. Era demasiado para él.

-Perdone, ¿le importaría que subiera a la azotea del hospital? –Pregunta sin muestras de emoción –creo que me vendría bien tomar un poco el aire, a lo mejor me tranquiliza.
-Está bien, pero vendrá conmigo y subiremos despacio, sin hacer esfuerzos –le ordena la enfermera.

El viento sopla intensamente. Trae consigo un poco del olor característico de una gran ciudad. Pero parece limpio. Debajo de donde se encuentran hay un pequeño parque y un camino que conduce a otro edificio. Los pájaros canturrean libres de las preocupaciones y los tormentos de Carlos. Hace una mañana espléndida. Es entonces cuando se da cuenta. Ni un buen día primaveral como ese le va a poder devolver la vida de antes. Ha matado a un hombre y lisiado de por vida a un niño. Nunca podrá arreglarlo.
-Enfermera, dígale a la madre que lo siento mucho y a los familiares del… –no es capaz de terminar la frase. Sus puños se cierran con rabia y pena –Dígales que lo siento.
Con un movimiento decidido sube a la barandilla de la azotea, y mientras la enfermera grita y corre hacia él, salta al vacío. Se arroja al parque que con una promesa de calma y paz lo recibe tranquilo. Por fin dejará de atormentarse.


domingo, 13 de marzo de 2011

Capítulo 6. Un nuevo contagio. Día 2 de junio de 2012. Sábado. Las 07:10 horas.

Como cada día desde hace mucho, Elsa apaga el despertador rápidamente de un golpe propinado con la palma de la mano. Ya son las 07:10 del domingo y el sol ha empezado a salir. Tiene 39 años, es viuda y lleva una casa, dos niños y un pequeño perrito. Su marido, Roberto, falleció hace unos 8 meses. Trabajaba de abogado en un bufete de Barcelona y le encantaba hacer alpinismo. Uno de esos días que había ido de excursión al Turó del Home, sin previo aviso, sufrió un derrame cerebral que acabó con su aún joven vida. Después de eso, Elsa tuvo que hacer varias sesiones con una psicóloga para superar la terrible muerte de su marido. Ahora, después de tantos días sin poder vivir, parece que empieza a sobreponerse de la pérdida. Sigue teniendo mucha energía y sabe que con el tiempo, el dolor irá desapareciendo. Tiene que intentar distraerse y no recordar.
Se levanta enérgicamente y con ganas de empezar un nuevo día. A ella no le va lo de ronronear en la cama. Hay tanto por hacer.
Después de asearse unos minutos, se toma un zumo de piña natural y se prepara una taza de leche con cacao y cereales. Sale al balcón y sonríe con entusiasmo. Le encanta la llegada del verano y ver como el sol ilumina el pequeño bosque de Can Gorgs. Debajo de la terraza ve a Lupo, su perro, escarbar en la arena del macetero donde plantó un limonero hace cosa de un mes. –Habrá enterrado algún hueso –piensa despreocupadamente. Se termina el desayuno y se dirige a la habitación para vestirse. Al abrir el armario le vuelve la misma sensación que la golpea cada día. Se siente observada. Gira la cabeza tranquilamente hacia la cama y mira sin ver. Él no está pero sigue ahí. Hace ocho meses que partió y sigue sintiendo varias veces al día que Roberto está por casa. Los momentos vividos le siguen viniendo en diferentes situaciones cotidianas. Son tantos recuerdos con él. Pero tiene que seguir adelante. Roberto habría querido que siguiera. Por ella y por los niños. Se vuelve al armario y saca unos vaqueros azul oscuros y una camiseta gris plomo. Coge unos calcetines y una muda de ropa interior. Mientras se viste intenta pensar en cualquier cosa que no sea Roberto y decide tararear la canción de Beat it, de Michael Jackson. Al acabar, coge las llaves, el móvil y la correa de Lupo, mientras se dirige a la terraza con premura.
-Hola bonito, ¿qué tal estás? –le saluda mientras éste no para de mover el rabo de lado a lado y lametearle las manos. –Está bien, está bien –le susurra acariciándole. -¿Qué, salimos ya? –Le coloca la correa con sutileza y se lo lleva de paseo dirección al bosque de Can Gorgs. La pequeña mascota está encantada.

-Venga, corre –le dice mientras lo desata en la entrada del parque –desahógate aquí que el limonero ya ha sufrido bastante –grita. Pero el joven Beagle ya no le presta atención. Nada más soltarle ha salido escopeteado en busca del olor a descomposición que ha captado su olfato. Tiene que averiguar qué es lo que produce ese hedor a muerte.
Y tras correr durante unos pocos segundos y atravesar unos setos bajos lo encuentra. Se detiene al instante y observa la figura con cuerpo de hombre que se tambalea por el camino. Camina a trompicones. El joven Lupo comienza a ladrarle como un poseso, su olfato y su instinto le dicen que intente alejar a ese ser de su camino. Pero el muerto, al escuchar el sonido del perro reacciona justo al revés, encaminándose con más ansias hacia el perro.

Entretanto, pasados los setos Elsa se ha encontrado con su vecina Helena y hablan despreocupadamente. Están comentando la propuesta que ha lanzado el alcalde de la ciudad de Badia de construir un nuevo centro de atención primaria.
-Pues yo creo que esta ciudad se queda pequeña, primero la construcción del Ikea al lado del río, y ahora esto, pronto no habrá espacio ni para pasear –protesta animadamente Helena.
-Pero Helena, ya verás cómo es mucho mejor así, habrán menos colas, mejor servicio –le sigue explicando Elsa hasta que aparece su perro corriendo. -¿Qué pasa Lupo? ¿Tan pronto quieres irte? –pero distingue algo raro en el perro, lleva rastros de sangre en la barbilla y tiene una mirada de miedo en los ojos. –Algo no va bien –le dice a Helena mientras que, a través de dos árboles, aparece la figura vacilante de un hombre.
Mientras las dos mujeres observan calladas al hombre que camina con paso torpe, el perro empieza a morder los bajos del tejano de su dueña y a tirar en dirección contraria.
-Basta Lupo, para ya –le grita. –Mira que está raro hoy.
-Debe de ser la entrada del verano –le dice Helena. –Y ese hombre, parece que esté herido, ¿viene hacia nosotras o me lo parece? –pregunta.
- Sí que se acerca, y no parece que esté muy bien –contesta preocupada.
Mientras van diciendo esto, el hombre ya está muy cerca, las tiene a veinte metros y las huele y oye perfectamente. Comienza a levantar los brazos como si quisiera agarrarlas y de su garganta nace un profundo lamento. Sigue acercándose metro a metro.
-Por Dios, que pintas tiene –le comenta Helena a Elsa. -¿Se encuentra bien? –pregunta en voz alta con un poco de miedo.
Pero él no contesta, sigue avanzando impasible hacia ellas y gruñendo débilmente.
-Madre mía, cómo huele –exclama Elsa –le ha debido pasar algo, mira como viene. ¿Señor, nos puede oír? –le pregunta Elsa mientras se acerca hacia él.
Todo pasa muy deprisa, ella se acerca y con miedo le agarra suavemente del brazo y le mira a la cara. Es entonces cuando reacciona, cuando al mirarle a los ojos descubre que no hay vida en ellos. Cuando al sentir la piel del brazo no recibe calor alguna de ésta. Cuando al mirarle a la cara se da cuenta de que lo que tiene delante no está vivo. Siente la descomposición en sus dedos.
Pero es demasiado tarde. El cuerpo del que antes era un joven marroquí llamado Hassân la tiene sujeta con el brazo izquierdo. Con un movimiento asombrosamente rápido y un gemido que detiene el corazón de Elsa, cae sobre ella y la muerde fuertemente en la clavícula izquierda. Un grito de asombro silencia los pájaros del bosque de Can Gorgs. Helena, que hasta ahora estaba paralizada mirando a su amiga, la coge de la cintura y la aparta de la terrible criatura de un fuerte tirón.

-Me cago en todo –dice histérica- ¿estás bien Elsa?
-Creo que sí –contesta- vámonos de aquí corriendo, este tío no está bien –le grita mientras empuja con un movimiento rápido a Hassân.
Al empujarlo, éste cae al suelo torpemente, y las dos amigas deciden salir lo antes posible del parque mientras intenta levantarse sin éxito.
-Voy a llamar a la policía –le dice Elsa a su amiga –ese hombre no es normal, parecía que estuviera muerto de verdad.
-Y que lo digas, ¿te ha hecho daño al morderte? –le pregunta con miedo.
-Más susto que daño, diría yo –le explica- pero también llamaré a una ambulancia, si yo no la necesito, puede que él sí, no parece estar bien.

Al mismo tiempo que las dos amigas están llegando a la salida oeste del parque, por donde había entrado antes Elsa dispuesta a pasar un rato de tranquilidad paseando a Lupo, un hombre mayor llamado Luís se les acerca alarmado.
-¿Señoras están bien? He visto lo que ha ocurrido desde allí –les explica señalando la parte alta del parque. – ¿Les ha hecho daño?
-Un poco –aclara Elsa –me ha mordido pero solo parece que me ha dejado la marca, no me ha hecho gran cosa. Aún así, si fuera tan amable de quedarse con nosotras, vamos a llamar a la policía para que detengan a ese hombre.
-Claro que me quedaré señoritas, puede que me pregunten por lo que también he visto yo –aclara Luís.

El cuerpo del que antes era Hassân ya se ha levantado. Como si no hubiera pasado nada vuelve a la carga. Sabe la dirección que han tomado sus presas. Las huele y capta unos ladridos no muy lejanos. Se vuelve a dirigir hacia ellas con más ganas de atraparlas. La sangre que ha probado enloquece su mirada muerta y sus brazos le ayudan a equilibrar sus torpes pasos. Ya las vuelve a ver.
-Mierda, ahí vuelve –exclama Helena –parece que esté completamente ido.
-Quédense detrás señoritas –les ordena Luís –intentaré hablar con él.
-No le hará caso, parece que no entienda lo que se le dice –le explica Elsa asustada –yo ya intenté preguntarle qué le pasaba. Vamos hacia la carretera que la policía estará a punto de llegar –les dice mientras ata a Lupo con la correa.
El muerto no se detiene. Les ha visto y se dirige hacia ellos caminando con una descoordinación increíble en cada paso. Parece que quiera correr pero no sea capaz de hacerlo. Ve otra nueva presa. Pero sus ojos están fijos en Elsa. Ya ha probado su carne y le encanta. Está viendo que comienzan a moverse y alejarse de él. De su putrefacta garganta surge un ronco gemido de desesperación. Los quiere aferrar. Sólo siente ganas de comer. Y ellos son su comida favorita.

Están llegando a la carretera cuando Lupo levanta inconscientemente las orejas. El aire trae un alegre sonido de sirenas. Es uno de los coches patrulla del cuerpo de mossos d’esquadra de la ciudad vecina, Barberà del Vallès.
-Se oyen las sirenas –dice Elsa con un tono esperanzador–ya llega la policía.
-Menos mal que vivimos en una ciudad pequeña –suspira Helena.
-Miren, ése sigue acercándose –comenta Luís –parece que le dé igual que le vayan a detener.
A lo lejos, sigue avanzando torpe e incansablemente el cuerpo del que antes era el joven marroquí. Continúa igual, moviéndose con espasmos irregulares, tropezando con sus propias piernas e intentando no caer en cada paso que da. Pero se va acercando. Metro a metro recorta distancias entre él y sus objetivos. Tan solo para de vez en cuando unos segundos y es entonces cuando emite un sonido ronco, mezcla de grito, lamento y convulsión que hiela la sangre de las dos amigas y Luís. El mundo que lo rodea queda en un profundo silencio. Los pájaros del parque callan sus bonitos silbidos asustados por la criatura. Es el lento paso de la muerte.
Entretanto, el coche patrulla llega y se detiene cerca de las tres personas unidas por el miedo. Bajan dos policías, el agente Eduardo Leal Serena y su superior jerárquico, el cabo Jorge Pérez Pérez.
-Buenos días. Hemos recibido un aviso de agresión en esta zona. ¿Son ustedes los que han llamado? –pregunta el cabo.
- Sí, he sido yo–aclara Elsa –miren ahí abajo –señala hacia Hassan con el dedo índice de la mano derecha –nos atacó sin haberle hecho nada y me mordió –explica señalando la mordedura del hombro. –Vayan con cuidado, no responde a lo que se le dice –les advierte mientras el muerto sigue avanzando hacia ellos.
-Madre mía –exclama el agente.
-Si son tan amables, me gustaría que acompañaran al agente Eduardo al coche patrulla. Los llevaremos a la comisaría y les tomaremos declaración. ¿Cómo se llama usted? ¿Va armado el agresor? –pregunta el cabo a Elsa.
- Elsa, Elsa Pajarín Maceda. No va armado, me ha atacado agarrándome y mordiéndome.
- Muy bien, Elsa. Usted vaya también con mi compañero que ahora llegará una ambulancia y le verá la herida –le dice amablemente. –Agente Eduardo, llévelos al coche mientras yo detengo a ese hombre –ordena el cabo. –Si le necesito le avisaré.
-Está bien –responde éste secamente.
Con paso firme el cabo Jorge se dirige en dirección a la criatura de forma humana que avanza hacia él. Se han visto y se dirigen el uno hacia el otro. Siente repulsión y desconfianza hacia la persona que avanza por el claro directamente a él. Una mano lleva las esposas, la otra está preparada para sacar rápidamente la porra policial. Aunque nunca en sus años de servicio había visto nada igual, está seguro de que podrá detenerlo y llevarlo a comisaría. –Que forma tan extraña de moverse –piensa para sus adentros –y que comportamiento más extraño ¿estará bajo los efectos de alguna droga nueva? –se pregunta.
Siguen acercándose cada vez más. Ya se pueden ver perfectamente las caras. La piel pálida y decolorada, el color de alguien que lleva un tiempo muerto. Los ojos desenfocados y la boca abierta en un terrible espasmo. Empieza a gemir incontroladamente, es el momento del enfrentamiento.

martes, 8 de marzo de 2011

Capítulo 5. Propagación. Día 2 de junio de 2012. Sábado. Las 00:28 horas.

Son las doce y media y el tren está vacío. Hassân, el trabajador de limpieza del zoológico vuelve a su piso preocupado por el incidente que ha causado. Su mente recuerda cómo llegó a España, desde Merzouga, su ciudad de origen en Marruecos, a las costas de Almuñécar, en una patera en la que iban muchas personas. Contó a treinta y tres como él, agotadas de vivir en un mundo difícil, pobre y sufriendo la continua muerte de seres queridos por culpa del hambre, las enfermedades mal tratadas y las guerras.
Consiguió entrar en España sin que los vieran, cosa que agradece todos los días a su Dios, porque, aunque se quedó sin dinero después de pagar el viaje, era plenamente consciente mientras lo intentaba, que la mayoría de las pateras eran interceptadas por los guardas de las costas españolas. Llegó hasta Granada por su propio pie y estuvo allí viviendo dos semanas con unos viejos amigos de sus recientemente fallecidos padres. Lo trataron muy bien y tuvo unos días de merecido descanso, pero dejó el lugar cuando su primo, Abdel Aziz que venía de Barcelona en coche, llegó para darle un sitio donde vivir y un trabajo para mantenerse. Eso le permitiría ser español en unos años.
Subieron juntos, conduciendo todo el día hasta llegar a la población de Badia del Vallès, una pequeña ciudad cercana a Barcelona donde tenía el piso su primo. Ya le había avisado de que en el pequeño piso vivían ocho amigos juntos, que no tenían mucho espacio pero que sólo dormían, pues los ocho trabajaban durante todo el día en las faenas que encontraban. Le había dicho también que fuera discreto y bueno con los vecinos para evitar posibles problemas.
Cuando llegaron al piso, agotados por el largo viaje, lo primero que hicieron fue dejar las maletas en la habitación de Abdel y presentar su primo a los demás. Una vez conocidos todos los que estaban, cenaron cuscús y le acompañó a su colchón.
-          Abdel, gracias por todo –le agradeció Hassân a su primo una vez dentro de la habitación.
-          De nada Hassân, mañana te explicaré qué tendrás que hacer para ganar dinero para la casa –le explicó su primo. –Ahora duerme y descansa mucho.
A la mañana siguiente, notó cómo lo despertaba su primo a eso de las siete. Lo llevó a la cocina, le explicó lo que debería hacer y le dijo que le vería por la noche.
-          Tendrás que trabajar todo el día Hassân, irás acompañado de Mâlik (uno de sus ocho compañeros de piso) –le había explicado su primo –llegaréis al zoológico de Barcelona y allí te dirán lo que tienes que hacer. Sé muy obediente y cumple con todo lo que te ordenen.
-          Gracias primo –respondió Hassân –que te vaya bien el día.
Y allí estaba ahora, el segundo día de trabajo y ya había causado un problema a su jefe. Su primo preguntaría el porqué de su temprana llegada del trabajo, se preocuparía mucho al saber la causa y le reñiría en exceso. No quería complicarles las cosas, pero sobretodo tenía una cosa muy clara, no quería volver a su país por nada del mundo. Aquella vida ya no existía.
Mientras iba sentado en uno de los asientos del tren notaba, poco a poco, que cada vez se encontraba más débil. El corte no sangraba pero la piel de alrededor había adquirido un tono azulado que no dejaba entrever nada bueno. Rezaría esta noche para que lo dicho por su jefe Antonio fuera cierto, que no era nada grave. Se había subido en la parada de Arc de Triomf y, aunque no lo había notado en un principio, su cuerpo ya comenzaba a tener unas décimas de fiebre.
Había poca gente en el vagón. Acostumbrado a coger el tren de las 06:13 el de esta hora se le hacía raro. Había sobretodo pasajeros jóvenes que iban o volvían de alguna fiesta y algún que otro trasnochador o trabajador nocturno. Hassân no solía hablar con nadie durante el trayecto porque creía que hablaba mal el español y no se atrevía a preguntar nada. Era tímido y reservado. Pero esta noche estaba cada vez peor. Acababan de pasar la parada de Torre del Baró y tenía fuertes escalofríos. Sudaba y tenía muchas ganas de beber algo. Estaba pensando seriamente en pedir ayuda a un hombre sentado cerca de él. ¿Sería amable?
-          Cuanta sed tengo –pensaba mientras se abrigaba con la chaqueta –haber si llegamos ya y puedo meterme en cama.
Pero el viaje era eterno. Los ojos le pesaban mucho. La cabeza se le iba por momentos. Llegó a la parada de Cerdanyola del Vallès sudando muchísimo. Era ese sudor frío que recorre todo el cuerpo. Y a la vez se sentía helado. Sabía que tenía fiebre. Lo que no alcanzaba a entender era cómo se había puesto así tan rápido. Debían de ser los nervios y el cansancio. Todo había ido demasiado deprisa en los últimos días. El descanso de un domingo entero le haría recuperar fuerzas. Y podría ayudar un poco en casa y conocer mejor a todos.
Por fin el tren lo dejó en la parada de Barberà del Vallès a la 01:12 de la madrugada. Sabiéndose falto de fuerzas y sintiendo que no podría dar un paso más sin descansar, Hassân se sentó en el banco de la estación, esperando y rezando para que se le quitara ese mal que sentía dentro de él. Se durmió unos minutos y se despertó completamente sobresaltado. Una pesadilla. Estuvo sentado durante diez minutos más pero notaba que cada vez tenía más fiebre. La garganta le quemaba, la frente estaba ardiendo y tenía una terrible sed. Decidió ir al parque de Can Gorgs, a buscar una fuente que sabía que estaba cerca. Llegó a duras penas y cuando comenzó a beber notó que de nada servía. Seguía teniendo fiebre, la cabeza se le iba y estaba muy cansado. Ya no quería beber. Se sentó en otro banco y allí, sin darse cuenta, se fue durmiendo hasta perder el conocimiento. Nunca más se despertaría tal y como era antes.

Son las tres y media de la madrugada. El cuerpo de Hassân no ha podido seguir luchando. Su corazón se ha parado. Su cerebro se apaga. Su boca está entreabierta pero no expulsa aliento alguno. A lo lejos, quien lo viera pensaría que es un hombre durmiendo en un banco. Qué habrá bebido en alguna fiesta. O un pobre drogata. Pero no duerme ni es ninguna de esas cosas. Además no hay nadie que lo vea.
En el aire, se siente un silencio sepulcral que acompaña al marroquí al mundo de las tinieblas. No hay pájaros ni viento. Sólo algún que otro coche que rompe el silencio cuando atraviesa rápidamente la zona. La aventura de Hassân ha llegado a su fin.

El sol empieza a salir por el este. Ilumina y da vida al banco donde se encuentra el cuerpo de Hassân. Los pájaros del parque han empezado a cantarle al día. Es entonces cuando, contra todo pronóstico, el cuerpo de Hassân empieza a moverse. Sus ojos se abren y comienzan a mirar alrededor. Su boca se mueve arriba y abajo, estirándose. De su garganta comienzan a brotar roncos gemidos. Sus orejas captan y hacen llegar el sonido de los animales y los coches a su cerebro. Sus manos y sus pies nacen de nuevo, removiéndose con movimientos torpes y pesados. Se levanta. Ha escuchado voces y ladridos cercanos, algún madrugador poco afortunado que saca el perro de paseo. Pero ya no es Hassân. Es un muerto en busca de comida. Y se dirige hacia ella torpemente.

jueves, 3 de marzo de 2011

Capítulo 4. Nuevos problemas. Día 1 de junio de 2012. Viernes. Las 22:18 horas.

Antonio Garcés Aranza, jefe y coordinador del departamento de limpieza del zoológico de Barcelona, es el encargado de organizar los turnos y de ordenar el personal que tiene a su cargo. Tiene 51 años, es de origen cubano y llegó a Barcelona con veintiún sufridas primaveras, con la esperanza de labrarse un futuro en un país que prometía ser mejor. Ahora, aunque no haya llegado tan lejos como pretendía, tiene estabilidad económica, un trabajo cerca de casa y es capaz de mantener a su propia familia. De barriga prominente y con aproximadamente un metro ochenta de altura, luce una considerable barba negra y un pelo cada vez más canoso. Su aspecto es descuidado pero al entablar conversación con él, se aprecia rápidamente que es un hombre trabajador, amable y agradecido por lo que se le ha dado.
Está sentado en su pequeño despacho, realizando un inventario sobre los productos que necesitarán comprar para el próximo mes. No le gusta quedarse a trabajar tantas horas pero el haber tenido recientemente una discusión con su esposa provoca en él la necesidad de quedarse más tiempo para evitar otras posibles discusiones caseras.
Su despacho es como su santuario. Aquí manda él y puede hacer lo que desee en todo momento. Es muy sencillo y un poco destartalado. Tiene forma cuadrada, con una gran mesa negra de madera, siempre llena de documentos, dos grandes ventanas al fondo de la habitación, tres sillas y una estantería con algunos libros y muchas figuritas de animales. Se nota que trabaja en un zoológico y aunque él no lo sepa, alguno de sus trabajadores llama a su despacho el segundo zoo de Barcelona. El olor a tabaco ya forma parte de los muebles del lugar y la luz mortecina con la que le gusta trabajar a Antonio hace que el despacho, de noche, sea un lugar que nadie quiera visitar a solas. De pronto alguien llama a la puerta y sobresalta al jefe de limpieza, que sin pensarlo su cabeza había estado maquinando la idea de ir un rato al bar Cuatro puertas a tomar una cerveza y dejar el trabajo para mañana.
-          Adelante –vocifera Antonio de manera neutral sin mostrar asombro alguno.
En la pequeña habitación entran dos de sus empleados. El primero, Guillermo Altares Fernández, un hombre con pocas luces que ya ha llegado a lo más alto de su carrera profesional pese a su juventud. Tiene 27 años y, aunque es trabajador y muy obediente, tiene una nula capacidad de decisión y un comportamiento bastante huraño. No llegó a sacarse la enseñanza secundaria obligatoria y el sitio en el que trabaja lo consiguió gracias a sus padres. El segundo que entra en la estancia se llama Hassân Wafîq y es un trabajador ilegal de nueva incorporación. Tan sólo lleva un día trabajando y de momento han decidido que limpie los lugares cerrados y preferiblemente, en turnos de noche. Lo han puesto con Guillermo para que éste vigile que el nuevo obrero no estuviera tentado de adueñarse de cosas que no sean suyas. Por la cara que trae parece que haya dormido poco y lleva el brazo derecho extrañamente envuelto en su sucia camiseta de trabajo. Antonio ya huele que se avecinan problemas.
-          Buenas jefe –comienza Guillermo –verás, Hassân ha tirado unas muestras de sangre al suelo y cuando las estaba recogiendo se ha cortado un poco, y resulta que no sabemos de qué eran las muestras y…
-          ¿Qué ha hecho qué? –grita Antonio. Y tras una larga respiración para calmarse –Bueno, a ver, ¿Cómo estás? ¿Cómo te encuentras? ¿Quieres sentarte? Pareces afectado Hassân –lo avasalla a preguntas.
-          Estoy bien jefe, ya no sangro. Lo siento –se disculpa con su peculiar acento marroquí.
-          Bueno, siéntate aquí. Tú llévame al sitio haber qué habéis provocado y si podemos solucionarlo de alguna manera –le ordena a Guillermo.
-          Ok jefe, sígame, tenemos que ir a la zona de los monos, ha pasado en una de esas habitaciones. –se explica Guillermo.
En la tranquila noche de finales de primavera se puede escuchar mezclados, el sonido del suave viento meciendo los árboles y la multitud de diferentes ruidos de los animales. Una melodía un tanto extraña pero relajante. El buen tiempo y la tranquilidad que se respira, además de la peste a estiércol propia del zoo, hacen que Antonio se sienta feliz de tener ese trabajo pese a estar poco valorado por el resto de personas que visitan el lugar. Ha vivido situaciones mucho peores que no quiere volver a recordar nunca.
Se dirigen a la zona de los primates, concretamente a la sala “dels naixementsde la zona de los monos, donde unas horas antes habían estado trabajando concienzudamente los tres biólogos. Al llegar, pasa primero Guillermo y con un movimiento natural enciende el interruptor de la luz, aparta la fregona y lleva a su jefe a uno de los lados de la habitación.
-          Mire jefe, aquí ha pasado –dice Guillermo señalando una mancha de sangre en el suelo rodeada de fragmentos de vidrio. –Se ve que estaba fregando y con el mocho a tirado dos probetas al suelo. Entonces he llegado yo y lo he visto recogiéndolas y es cuando se ha cortado y entonces te lo he llevado y hemos venido –se explica Guillermo torpemente.
-          Gracias Guillermo. Bueno, vamos a recoger esto, por lo visto sólo hemos derramado dos probetas, pero aquí veo que hay más. Parece que a lo mejor no la habéis cagado del todo –añade Antonio intentando esconder su descontento.

En menos de dos minutos los dos trabajadores recogen los trozos de vidrio concienzudamente y limpian la mancha de sangre del suelo. Antonio deja una nota explicando lo ocurrido y pidiendo disculpas. Mañana tendrá que soportar unas duras quejas. Apagan las luces y se vuelven al despacho.
-          ¿Cómo estás Hassân? –pregunta Antonio.
-          Estoy bien jefe, ya no me duele. Lo siento. –vuelve a disculparse.
-          Bueno, mira, no creo que sea nada grave, –dice mientras echa un vistazo a la mano de Hassân –solo te has cortado un poco y parece que ya lo tienes bien.
-          Ahora escucha, no creo que te hayas infectado de nada, porque, que yo sepa, no hacen experimentos con los animales. Probablemente solo sea un poco de sangre de algún mono. Aún así, si te sintieras mal, ni se te ocurra ir al médico, recuerda que estás aquí ilegalmente. Yo mañana me enteraré si es algo de lo que debamos preocuparnos. –Y por último añade –No te preocupes que esto nos ha pasado a todos y no vas a perder el empleo. Tu primo ya nos contó que necesitas estar aquí. Ahora vuelve a casa y descansa todo el fin de semana. Nos veremos el lunes a primera hora del turno de noche, ¿ok?
-          Ok jefe, gracias por todo –comenta Hassân mientras se va levantando. –Adiós.
-          Adiós Hassân.
-          Bueno, qué. ¿Sigues haciendo tu turno o vas a estar aquí toda la noche? –pregunta Antonio a Guillermo.
-          Perdón jefe, ya voy.
Por fin un poco de tranquilidad –piensa Antonio mientras se sienta pesadamente. Este pequeño incidente no cree que le vaya a causar ningún problema, pero siempre hay dudas. Ya supone lo que ocurrirá el lunes, simplemente se le quejarán, pero por suerte para él, la gente del zoológico tiende a ser comprensiva con estas cosas. Solo espera no haber hecho nada que no se pueda arreglar, eso sí sería un inconveniente que, lejos de causar graves problemas, le sabría mal personalmente. Mientras piensa esto se da cuenta de que ya empieza a estar cansado, se levanta sin prisas, da un golpecito a la mesa con los nudillos en forma de despedida, recoge la chaqueta y las llaves y se marcha del despacho a paso tranquilo. Tiene ganas de ver a su esposa y a su hija y explicarles lo ocurrido.

Capítulo 3. Un día distinto. Día 1 de junio de 2012. Viernes. Las 21:58 horas.

Al hospital de Sant Pau, cerca del Parc de les Aigües en Barcelona, llegan 3 ambulancias a toda prisa y un taxi. La primera en parar es la que lleva a Ernesto. Está sedado y lo llevan en camilla dos técnicos en emergencias sanitarias. Aún no ha recobrado el conocimiento. Le han hecho las curas de los brazos y le han recolocado el hombro. Tan pronto cómo entran desaparecen por los pasillos en dirección a la UVI, inmediatamente seguidos por la madre del niño que ha venido en taxi a todo correr. Está con el corazón a punto de saltar del pecho y lleva la cara anegada en lágrimas. Les sigue corriendo con el bolso y el móvil en las manos. Los lleva apretando desde hace mucho rato.
De la segunda ambulancia bajan, más tranquilos y en silla de ruedas a Carlos, el conductor del automóvil. Sigue conmocionado y aún no es capaz de creer lo que ha ocurrido. Lo que ha hecho. Cómo ha podido despistarse de ese modo, cómo ha llegado a ocurrir lo ocurrido. Aún no sabe que ha quitado la vida a un hombre ni que ha arruinado el futuro de un niño.
De la última ambulancia descienden los dos camilleros llevando el cuerpo inerte de Sergio. Está tapado y se dirigen por un camino pavimentado a la morgue del hospital. El depósito de cadáveres es un edifico de dos planta que se encuentra en la parte este del recinto hospitalario. En la primera planta se almacenan los cuerpos y se limpian, preparan y analizan para posibles identificaciones o estudios forenses. La segunda planta se dedica a la enseñanza universitaria y a realizar diferentes estudios post-mortem.
Unas grandes puertas blancas dejan paso a la camilla. Roberto Montero López, el celador del hospital, lleva el cuerpo de Sergio junto con la identificación del cadáver y los documentos resumiendo las causas de la muerte a la primera planta de la morgue. Allí permanecerá hasta que consigan ponerse en contacto con los familiares de la víctima. La habitación es muy grande, con cuatro camillas especialmente equipadas para examinar cadáveres en el centro de la misma y varios compartimentos en la pared norte. En uno de esos es donde descansará el cuerpo de Sergio una vez que haya sido limpiado y preparado. De las cuatro camillas anunciadas, las dos primeras entrando por la puerta ya tienen inquilinos. Están ocupadas por dos cuerpos tapados con sendas sábanas blancas. Otra de las camillas, es usada cómo mesa para dejar el material, pues está soportando varios cuchillos de disección y amputación, bisturíes, tijeras, hilo, agujas y otro material para la disección y la prosección de los cadáveres.
En la pared este, al fondo de la estancia, sentado y apoyado en una gran mesa se encuentra Arturo Fuentes Moyano, técnico de anatomía patológica del hospital Sant Pau, encargado de realizar las autopsias y preparar los cadáveres en el mismo. Está concentrado en la pantalla del ordenador escribiendo un informe. En la habitación suena la melodía de la canción two minutes to midnight, de Iron Maiden y se aprecia el olor de desinfectante por todos los rincones. En el fregadero situado al lado de los compartimentos para cuerpos se pueden apreciar un cuchillo y dos esponjas utilizados recientemente. Dejan caer un pequeño riachuelo de sangre por la pica.
-          Por Dios santo, no sé cómo coño puedes escuchar eso –exclama Roberto.
-          Madre mía, yo sí que no sé cómo coño puedes escuchar tú, tu mierda de flamenco. Abre bien los oídos colega, haber si por fin escuchas algo de verdadera música. –contesta Arturo. -¿Qué me traes aquí?
-          Varón blanco, muerto por accidente de tráfico –contesta. –De momento sólo tienes que limpiarlo y prepararlo para un reconocimiento. Cuando hayan certificado su identificación ya le harás la autopsia si lo permiten sus familiares. Joder, ¿y estos dos? Parece que tienes trabajo hoy.
-          Pues sí, se ve que han llamado por una pelea callejera de latin kings y este ha sido el resultado. Anda, ayúdame a subirlo a esta camilla –va diciendo el médico mientras se dirige al cuerpo inerte de Sergio–y dime, ¿se ha producido mucho caos o qué? He escuchado que ha sido en plena Meridiana.
-          Bueno, lo normal en estos casos, -va explicando mientras se encamina hacia la puerta- sólo ha habido tres personas implicadas, pero una era un niño y tiene toda la pinta de que se quedará minusválido según he oído. Bueno mira, yo voy a comer algo que luego me toca el turno de noche seguido. ¡Cuídate y espero no volver a verte en mi turno!
-          A ver si tenemos suerte, ¡cuídate tú también!
Un fuerte portazo y de nuevo el silencio reina en la habitación. Las dos voces se han apagado y en el ordenador del médico forense se ha terminado la canción two minutes to midnight. Tan sólo se escucha la relajada respiración de Arturo hasta que de repente…
-¡Oh Dios! –Grita Arturo- ¡ésta si es buena! –en el reproductor de música del ordenador da comienzo la canción Dance of death, también del grupo Iron Maiden. –Mira, parece que has llegado en el mejor momento amigo mío –le comenta entusiasmado al cuerpo sin vida de Sergio.
Mientras empieza a cantar una de sus canciones favoritas y a dirigirse al ordenador, empieza a  imaginar que su bisturí es una guitarra, igual que la de Dave Murray, el guitarrista del grupo. No se da cuenta de que la sábana que cubre el cuerpo de Sergio comienza a removerse levemente. Igual que si una leve brisa entrara por la ventana. Pero está cerrada. Se sigue moviendo y se empieza a escuchar una respiración entrecortada.
Arturo, el médico forense, continúa imaginando con los ojos cerrados que vive un concierto en el cual él es uno de los protagonistas, totalmente ajeno de que el cuerpo de Sergio está empezando a levantarse de la camilla. Está muy cerca del ordenador cuando abre un momento los ojos. Le ha parecido escuchar algo. Maldice la mierda de hospital y sus ruidos y decide que lo mejor será aumentar el volumen de la canción para aislarse de los puñeteros sonidos del exterior y que cuando ésta termine, se pondrá a trabajar con el recién llegado. Vuelve a girarse justo cuando el cuerpo que le habían traído minutos antes se desploma encima de él agarrándolo por la espalda y mordiéndole en el hombro izquierdo. La caída del cuerpo encima de él provoca que sin poder evitarlo se clave el bisturí que tenía en las manos en la barriga. Un gran grito de dolor y asombro sale de la garganta de Arturo, empujando el cuerpo de Sergio contra una de las camillas. Sangrando intensamente por el hombro y totalmente superado por la situación se intenta poner de pie justo cuando el muerto se vuelve a incorporar para dirigirse hacia él.
-          Eh tío, me dijeron que estabas fiambre. Me dijeron que estabas muerto y vas y te levantas. Me cago en la puta, ¿es que no me oyes? –le grita mientras avanza hacia él. –Dios santo, me he clavado el bisturí –exclama –Joder, cabronazo de mierda, te voy a denunciar por esto –la voz le tiembla debido a la confusión y la pérdida de sangre. Su cuerpo está increíblemente tenso.
Pero el cuerpo sigue aproximándose al del forense y él sólo ve una mirada vacía en los ojos del cadáver. No ve vida, tan sólo uno de sus familiares cuerpos avanzando hacia él con paso lento pero sin detenerse.
-          Esto no puede estar pasando, mierda. ¡Joder! –con un movimiento rápido se saca el bisturí de su estómago, gime de dolor y lo pone entre él y el muerto. –Cómo te acerques más te lo clavo tío –estira el brazo y en unos segundos, viendo que Sergio sigue aproximándose, cumple la amenaza, clavando el bisturí en el apéndice del muerto. -¡Jódete cabrón! –le grita casi en la cara.
Pero éste ni se inmuta, sigue acercándose obligando al doctor a apartar el brazo y dejar clavado el bisturí. Lo intenta agarrar y morder al mismo tiempo en el que Arturo decide empujarle y salir corriendo. Intenta salir de la habitación a toda prisa, pero está perdiendo mucha sangre. Siente como late con fuerza su hombro izquierdo que se ha convertido en una masa roja de sangre y nota que un líquido le va cubriendo los bajos de la camisa y el pantalón. Es la puñalada de la barriga. Consigue abrir la puerta, se detiene, mira hacia atrás y observa cómo el puto muerto sigue andando hacia él con paso torpe pero sin parar. Decide cerrar la puerta e intentar llegar al hospital para pedir ayuda, pero al dar unos pocos pasos cae torpemente al suelo. No puede más. Le duele demasiado el estómago. Intenta levantarse pero resbala.
-          Mierda de sangre, parece aceite –maldice para sus adentros.
 Nota cómo está perdiendo el conocimiento y por su mente pasan un montón de preguntas ¿Conseguirá llegar hasta mí esa cosa? ¿Es un puto zombi? ¿Voy a morir? ¿Habrá sido por la canción? Segundos después sus ojos se cierran y se adentra en el mundo de la inconsciencia. Por fin está tranquilo.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Capítulo 2. Muerte. Día 1 de junio de 2012. Viernes. Las 14:30 horas.

En la sala “dels naixementsde la zona de los primates del zoo de Barcelona, actualmente desocupada por falta de natalidad, se encuentran Pedro, Sergio y Patricia, biólogos encargados de dar la bienvenida a la nueva atracción del zoológico. Son casi las tres de la tarde. El viento apenas mueve las copas de los árboles, los animales se refugian en las sombras y el bochorno anuncia la llegada de un verano bastante caluroso.
Pedro tiene 36 años. Es un hombre robusto y de pelo rizado y negro. Mide un metro sesenta y se mueve con mucha tranquilidad. Ha estado unos años ejerciendo de profesor en la Universidad de Valencia y lleva tan sólo tres trabajando en el zoológico. Es de carácter tranquilo y con facilidad para la palabra. Le encanta explicar cosas sobre los animales a todo aquél que le pregunta y está encantado con el cambio de trabajo.
Patricia es la más mayor, cuenta 42 años y lleva muchos en Barcelona. Pese a haber entrado ya en los cuarenta es de espíritu joven y luchador, y se mantiene en buena forma física gracias a los ejercicios que procura hacer tres veces por semana, de pilates. Es, sin duda alguna, la mejor con el cuidado de las crías y adaptándolas a sus nuevas vidas en el zoo. Tiene un carácter serio y se preocupa mucho por las condiciones en las que trabajan y en las que viven los animales. Aunque a veces pueda parecer gruñona o muy crítica, quiere siempre lo mejor para la gente que la rodea.
Sergio es el más joven, con tan sólo 29 años ya se ha labrado un nombre propio en el zoo. Es atrevido, ayuda a todo el mundo y le apasiona su trabajo. Incluso más enérgico que Patricia, destaca más, porque se mete en todo y no para quieto en ningún momento. Conoce a todos los trabajadores del zoo. Es rubio, de metro noventa y delgado. Hace algún tiempo tuvo problemas de espalda pero lleva varios años cuidándose seriamente y pocas veces se queja de ello.
-          Estos Papiones son espectaculares, parecen un poco agotados por el viaje pero seguro que conseguimos que se adapten a su nueva vida en menos de lo que gime un gallo –comenta Pedro entusiasmado.
-          Que Dios te escuche Pep pero se dice “en menos de lo que canta un gallo” y espero que estos Papiones hagan venir a más visitantes, porque si contamos únicamente con las generosas ayudas del Ayuntamiento no nos llegará ni para darles de comer. –replica Patricia – Mierda Sergio, te dicho miles de veces que esperes a que les hagamos los análisis antes de tocarlos sin protección, un día cogerás algo.
-          Joder, lo has visto, el muy cabrón me ha mordido. Qué triste, en su estado normal podría haberme arrancado un trozo del dedo y lo único que ha conseguido es hacerme un rasguño. Estos monos están extenuados. Además, no sé porque te preocupas tanto, ya les hacen controles de sanidad antes del viaje. –comenta Sergio sin apartar la mirada de su dedo que empieza a sangrar sutilmente. –Además, ¿tú crees que pueden llegar a contagiarme algo que ya no tenga?
-          Tú fíate de eso que un día te llevarás una sorpresa. Mira, en esta jaula parece que hay uno enfermo. Empezaré por éste para saber si tenemos que aislarlo.
Cuatro horas más tarde, los tres biólogos cierran la función y se dirigen a sus casas. Ya han extraído sangre y marcado a todos los ejemplares. Los resultados los tendrán en cuarenta y ocho horas. En la sala de al lado, unos encargados de limpieza inician su turno.
El viento ha cambiado y sopla una leve brisa primaveral que invita a pasear por el bonito zoológico de Barcelona. Mientras, el sol va descendiendo por la parte oeste del Parc de la Ciutadella para dejar paso, muy a poco a poco, a una noche estrellada y sin luna. Aún no son ni las ocho de la tarde. Con paso veloz, Patricia se despide y se encamina hacia el aparcamiento para meterse en el coche. No se da cuenta de que será la última vez que vea a Sergio con vida. Pedro, por su parte, coge la bicicleta aparcada en una valla fuera del laboratorio. Les dedica una sonrisa a ambos y se despide con unos pocos aspavientos de mano.
Sergio, cómo cada tarde al salir del trabajo, se dirige a su piso en la calle de la Jota, recoge su macuto cuidadosamente preparado por la mañana y se encamina al Club Natació de Sant Andreu para nadar un rato. Lleva haciendo esta rutina desde que le diagnosticaron una escoliosis grave a los 17 años. Ahora apenas tiene molestias en la columna y el poder nadar una hora diaria hace que viva mucho más relajado.
Después de haber nadado durante más de media hora se ducha y prepara sus cosas para la vuelta a casa. Intenta memorizar que tiene que pasar por la tienda de la María, una señora a la que le compra el pan desde hace mucho tiempo, pero mientras cruza la calle por la Avinguda Meridiana, sus pensamientos se distraen al ver al niño de sus vecinos, Ernesto, un niño de 11 años que lleva un pájaro en las manos mientras su madre habla con una amiga al lado.
-          Hola Ernesto, ¿qué llevas ahí, un gorrión? –exclama Sergio.
-          Si, lo he encontrado hace un rato pero parece que tiene un ala rota, ¿tú podrías ayudarme a curarlo? –pregunta Ernesto con un tono de súplica en la voz.
-          Haber, déjame verlo –dice Sergio mientras recoge con cuidado en sus manos al indefenso pajarito.
Mientras el biólogo le explica que se lo tendría que llevar para ver exactamente lo que le pasa, un coche a demasiada velocidad entra en la calzada y se lleva por delante a los dos peatones.
Ernesto sale despedido cuatro metros y termina en medio de la calle con una pose antinatural. Tiene la columna vertebral partida por la mitad superando la altura de la cintura y ha perdido completamente el conocimiento. También tiene los brazos sangrando por el impacto de la caída y el hombro izquierdo dislocado. Sergio, al igual que su pequeño amigo, vuela unos metros hasta chocar con una farola y caer al cálido pavimento. Sigue consciente pero sin apreciar que tiene las piernas rotas por varios sitios y de que cuatro costillas le han perforado gravemente los pulmones. También sangra por un oído y le faltan dos incisivos en la boca. Está echado de lado. Le cuesta respirar y tiene la boca llena de sangre, pero el estado de shock en el que se encuentra le impide razonar. No se da cuenta de que está muriendo lentamente. No siente cómo la vida abandona su cuerpo en cada segundo que pasa. Ve a gente, oye voces, llantos y gritos. Durante unos segundos es capaz de discernir que ya es casi de noche. El mundo se para a su alrededor. Mira sus manos rasgadas y no ve al pajarito que hace unos segundos sostenía. Se le ha roto una uña y uno de los meñiques no parece estar en su sitio. Pierde totalmente el conocimiento.
Minutos más tarde llegan tres ambulancias para llevarse a Ernesto, el cuerpo sin vida de Sergio y el conductor del coche, un hombre llamado Carlos que acaba de arruinar su vida por conducir hablando con el móvil. Sólo ha sufrido heridas leves pero está terriblemente conmocionado.

Capítulo 1. Comienzos. Día 29 de mayo de 2012. Martes. Las 17:29 horas

Aldea cercana a Gambela, República Democrática Federal de Etiopía. Cuatro hombres armados traen consigo ocho ejemplares de Papion Sagrado, una especie de primate natural de la región. Uno de ellos se detiene para hablar con un guardia. Parecen llegar a un acuerdo. El guarda se gira y reclama a gritos a otra persona.
En pocos segundos aparece un hombre blanco de una tienda. Lleva una bata de trabajo que anteriormente fue blanca pero que la humedad y la suciedad de la zona han transformado. Su aspecto es cansado, descuidado y extrañamente repleto de excitación. Se dirige a las jaulas de los primates. Una chispa en sus ojos delata su entusiasmo. Comenta algo con el guardia. Éste le da una ligera explicación y se marcha con pasos rápidos. Los cuatro hombres comienzan a descargar las jaulas, portándolas a la cabaña de la que ha salido el segundo individuo.
Treinta y seis horas después, los monos, enjaulados en el avión, viajan en dirección a Barcelona, rumbo al zoológico de la ciudad más importante de Cataluña.