lunes, 14 de marzo de 2011

Capítulo 7. No habrá un mañana. Día 2 de junio de 2012. Sábado. Las 09:26 horas.

En el hospital de Sant Pau, Barcelona, aún está por pasar lo más malo. Carlos ha pasado una noche terrible. Primero le tomaron declaración de los hechos al llegar al hospital. Se declaró culpable de todo y repetirlo le hizo sentirse incluso peor de lo que estaba. Después de hablar de lo ocurrido, le administraron un medicamento llamado Temazepam con el fin de calmarle la tensión. Estuvo más de media hora tumbado en la camilla, inmóvil, sin poder pensar en otra cosa que el accidente. Entonces llegó la madre del niño. Gritando que qué le había hecho a su hijo. Suerte que los médicos y los asistentes no la dejaron entrar a la habitación. Pero la escuchaba chillar y sollozar. Era horrible. Se le hizo eterno. Y luego el completo silencio de un pasillo vacío.
Al cabo de pocos minutos llegó una doctora que lo auscultó y le volvió a tomar la tensión. Intentó hablar con él pero no escuchó nada. Sólo oía las voces de la madre. “tendrías que ser tú el que estuviera muerto” se repetía una y otra vez. -¿Qué harás ahora? –Se preguntaba en pensamientos -has matado a un hombre y jodido la vida a un pobre niño. La doctora lo dejó otra vez sólo en la habitación. Le dijo algo de una botella de agua. Cuando la asistenta volvió con una botella de agua Carlos se la tomó tranquilo y al cabo de un rato se levantó intentando parecer sereno y reposado.
-Perdone, me gustaría ver al niño –le dijo a la asistenta con tono sereno.
-Lo siento, me parece que en estos momentos aún le están operando.
-¿Se sabe algo de él? ¿Conseguirá vivir?
-Me han dicho que de momento está estable pero que posiblemente pierda la movilidad de cintura hacia abajo –le intentó explicar la enfermera con el mayor tacto posible. –Escuche, ahora lo que le conviene… –pero Carlos ya no la escuchaba. Su mente le volvía atormentar. Volvía a sus pensamientos las imágenes del accidente. El cuerpo del hombre que había matado. El niño tumbado en el arcén en una pose antinatural. Los gritos. Era demasiado para él.

-Perdone, ¿le importaría que subiera a la azotea del hospital? –Pregunta sin muestras de emoción –creo que me vendría bien tomar un poco el aire, a lo mejor me tranquiliza.
-Está bien, pero vendrá conmigo y subiremos despacio, sin hacer esfuerzos –le ordena la enfermera.

El viento sopla intensamente. Trae consigo un poco del olor característico de una gran ciudad. Pero parece limpio. Debajo de donde se encuentran hay un pequeño parque y un camino que conduce a otro edificio. Los pájaros canturrean libres de las preocupaciones y los tormentos de Carlos. Hace una mañana espléndida. Es entonces cuando se da cuenta. Ni un buen día primaveral como ese le va a poder devolver la vida de antes. Ha matado a un hombre y lisiado de por vida a un niño. Nunca podrá arreglarlo.
-Enfermera, dígale a la madre que lo siento mucho y a los familiares del… –no es capaz de terminar la frase. Sus puños se cierran con rabia y pena –Dígales que lo siento.
Con un movimiento decidido sube a la barandilla de la azotea, y mientras la enfermera grita y corre hacia él, salta al vacío. Se arroja al parque que con una promesa de calma y paz lo recibe tranquilo. Por fin dejará de atormentarse.


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