martes, 8 de marzo de 2011

Capítulo 5. Propagación. Día 2 de junio de 2012. Sábado. Las 00:28 horas.

Son las doce y media y el tren está vacío. Hassân, el trabajador de limpieza del zoológico vuelve a su piso preocupado por el incidente que ha causado. Su mente recuerda cómo llegó a España, desde Merzouga, su ciudad de origen en Marruecos, a las costas de Almuñécar, en una patera en la que iban muchas personas. Contó a treinta y tres como él, agotadas de vivir en un mundo difícil, pobre y sufriendo la continua muerte de seres queridos por culpa del hambre, las enfermedades mal tratadas y las guerras.
Consiguió entrar en España sin que los vieran, cosa que agradece todos los días a su Dios, porque, aunque se quedó sin dinero después de pagar el viaje, era plenamente consciente mientras lo intentaba, que la mayoría de las pateras eran interceptadas por los guardas de las costas españolas. Llegó hasta Granada por su propio pie y estuvo allí viviendo dos semanas con unos viejos amigos de sus recientemente fallecidos padres. Lo trataron muy bien y tuvo unos días de merecido descanso, pero dejó el lugar cuando su primo, Abdel Aziz que venía de Barcelona en coche, llegó para darle un sitio donde vivir y un trabajo para mantenerse. Eso le permitiría ser español en unos años.
Subieron juntos, conduciendo todo el día hasta llegar a la población de Badia del Vallès, una pequeña ciudad cercana a Barcelona donde tenía el piso su primo. Ya le había avisado de que en el pequeño piso vivían ocho amigos juntos, que no tenían mucho espacio pero que sólo dormían, pues los ocho trabajaban durante todo el día en las faenas que encontraban. Le había dicho también que fuera discreto y bueno con los vecinos para evitar posibles problemas.
Cuando llegaron al piso, agotados por el largo viaje, lo primero que hicieron fue dejar las maletas en la habitación de Abdel y presentar su primo a los demás. Una vez conocidos todos los que estaban, cenaron cuscús y le acompañó a su colchón.
-          Abdel, gracias por todo –le agradeció Hassân a su primo una vez dentro de la habitación.
-          De nada Hassân, mañana te explicaré qué tendrás que hacer para ganar dinero para la casa –le explicó su primo. –Ahora duerme y descansa mucho.
A la mañana siguiente, notó cómo lo despertaba su primo a eso de las siete. Lo llevó a la cocina, le explicó lo que debería hacer y le dijo que le vería por la noche.
-          Tendrás que trabajar todo el día Hassân, irás acompañado de Mâlik (uno de sus ocho compañeros de piso) –le había explicado su primo –llegaréis al zoológico de Barcelona y allí te dirán lo que tienes que hacer. Sé muy obediente y cumple con todo lo que te ordenen.
-          Gracias primo –respondió Hassân –que te vaya bien el día.
Y allí estaba ahora, el segundo día de trabajo y ya había causado un problema a su jefe. Su primo preguntaría el porqué de su temprana llegada del trabajo, se preocuparía mucho al saber la causa y le reñiría en exceso. No quería complicarles las cosas, pero sobretodo tenía una cosa muy clara, no quería volver a su país por nada del mundo. Aquella vida ya no existía.
Mientras iba sentado en uno de los asientos del tren notaba, poco a poco, que cada vez se encontraba más débil. El corte no sangraba pero la piel de alrededor había adquirido un tono azulado que no dejaba entrever nada bueno. Rezaría esta noche para que lo dicho por su jefe Antonio fuera cierto, que no era nada grave. Se había subido en la parada de Arc de Triomf y, aunque no lo había notado en un principio, su cuerpo ya comenzaba a tener unas décimas de fiebre.
Había poca gente en el vagón. Acostumbrado a coger el tren de las 06:13 el de esta hora se le hacía raro. Había sobretodo pasajeros jóvenes que iban o volvían de alguna fiesta y algún que otro trasnochador o trabajador nocturno. Hassân no solía hablar con nadie durante el trayecto porque creía que hablaba mal el español y no se atrevía a preguntar nada. Era tímido y reservado. Pero esta noche estaba cada vez peor. Acababan de pasar la parada de Torre del Baró y tenía fuertes escalofríos. Sudaba y tenía muchas ganas de beber algo. Estaba pensando seriamente en pedir ayuda a un hombre sentado cerca de él. ¿Sería amable?
-          Cuanta sed tengo –pensaba mientras se abrigaba con la chaqueta –haber si llegamos ya y puedo meterme en cama.
Pero el viaje era eterno. Los ojos le pesaban mucho. La cabeza se le iba por momentos. Llegó a la parada de Cerdanyola del Vallès sudando muchísimo. Era ese sudor frío que recorre todo el cuerpo. Y a la vez se sentía helado. Sabía que tenía fiebre. Lo que no alcanzaba a entender era cómo se había puesto así tan rápido. Debían de ser los nervios y el cansancio. Todo había ido demasiado deprisa en los últimos días. El descanso de un domingo entero le haría recuperar fuerzas. Y podría ayudar un poco en casa y conocer mejor a todos.
Por fin el tren lo dejó en la parada de Barberà del Vallès a la 01:12 de la madrugada. Sabiéndose falto de fuerzas y sintiendo que no podría dar un paso más sin descansar, Hassân se sentó en el banco de la estación, esperando y rezando para que se le quitara ese mal que sentía dentro de él. Se durmió unos minutos y se despertó completamente sobresaltado. Una pesadilla. Estuvo sentado durante diez minutos más pero notaba que cada vez tenía más fiebre. La garganta le quemaba, la frente estaba ardiendo y tenía una terrible sed. Decidió ir al parque de Can Gorgs, a buscar una fuente que sabía que estaba cerca. Llegó a duras penas y cuando comenzó a beber notó que de nada servía. Seguía teniendo fiebre, la cabeza se le iba y estaba muy cansado. Ya no quería beber. Se sentó en otro banco y allí, sin darse cuenta, se fue durmiendo hasta perder el conocimiento. Nunca más se despertaría tal y como era antes.

Son las tres y media de la madrugada. El cuerpo de Hassân no ha podido seguir luchando. Su corazón se ha parado. Su cerebro se apaga. Su boca está entreabierta pero no expulsa aliento alguno. A lo lejos, quien lo viera pensaría que es un hombre durmiendo en un banco. Qué habrá bebido en alguna fiesta. O un pobre drogata. Pero no duerme ni es ninguna de esas cosas. Además no hay nadie que lo vea.
En el aire, se siente un silencio sepulcral que acompaña al marroquí al mundo de las tinieblas. No hay pájaros ni viento. Sólo algún que otro coche que rompe el silencio cuando atraviesa rápidamente la zona. La aventura de Hassân ha llegado a su fin.

El sol empieza a salir por el este. Ilumina y da vida al banco donde se encuentra el cuerpo de Hassân. Los pájaros del parque han empezado a cantarle al día. Es entonces cuando, contra todo pronóstico, el cuerpo de Hassân empieza a moverse. Sus ojos se abren y comienzan a mirar alrededor. Su boca se mueve arriba y abajo, estirándose. De su garganta comienzan a brotar roncos gemidos. Sus orejas captan y hacen llegar el sonido de los animales y los coches a su cerebro. Sus manos y sus pies nacen de nuevo, removiéndose con movimientos torpes y pesados. Se levanta. Ha escuchado voces y ladridos cercanos, algún madrugador poco afortunado que saca el perro de paseo. Pero ya no es Hassân. Es un muerto en busca de comida. Y se dirige hacia ella torpemente.

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