domingo, 13 de marzo de 2011

Capítulo 6. Un nuevo contagio. Día 2 de junio de 2012. Sábado. Las 07:10 horas.

Como cada día desde hace mucho, Elsa apaga el despertador rápidamente de un golpe propinado con la palma de la mano. Ya son las 07:10 del domingo y el sol ha empezado a salir. Tiene 39 años, es viuda y lleva una casa, dos niños y un pequeño perrito. Su marido, Roberto, falleció hace unos 8 meses. Trabajaba de abogado en un bufete de Barcelona y le encantaba hacer alpinismo. Uno de esos días que había ido de excursión al Turó del Home, sin previo aviso, sufrió un derrame cerebral que acabó con su aún joven vida. Después de eso, Elsa tuvo que hacer varias sesiones con una psicóloga para superar la terrible muerte de su marido. Ahora, después de tantos días sin poder vivir, parece que empieza a sobreponerse de la pérdida. Sigue teniendo mucha energía y sabe que con el tiempo, el dolor irá desapareciendo. Tiene que intentar distraerse y no recordar.
Se levanta enérgicamente y con ganas de empezar un nuevo día. A ella no le va lo de ronronear en la cama. Hay tanto por hacer.
Después de asearse unos minutos, se toma un zumo de piña natural y se prepara una taza de leche con cacao y cereales. Sale al balcón y sonríe con entusiasmo. Le encanta la llegada del verano y ver como el sol ilumina el pequeño bosque de Can Gorgs. Debajo de la terraza ve a Lupo, su perro, escarbar en la arena del macetero donde plantó un limonero hace cosa de un mes. –Habrá enterrado algún hueso –piensa despreocupadamente. Se termina el desayuno y se dirige a la habitación para vestirse. Al abrir el armario le vuelve la misma sensación que la golpea cada día. Se siente observada. Gira la cabeza tranquilamente hacia la cama y mira sin ver. Él no está pero sigue ahí. Hace ocho meses que partió y sigue sintiendo varias veces al día que Roberto está por casa. Los momentos vividos le siguen viniendo en diferentes situaciones cotidianas. Son tantos recuerdos con él. Pero tiene que seguir adelante. Roberto habría querido que siguiera. Por ella y por los niños. Se vuelve al armario y saca unos vaqueros azul oscuros y una camiseta gris plomo. Coge unos calcetines y una muda de ropa interior. Mientras se viste intenta pensar en cualquier cosa que no sea Roberto y decide tararear la canción de Beat it, de Michael Jackson. Al acabar, coge las llaves, el móvil y la correa de Lupo, mientras se dirige a la terraza con premura.
-Hola bonito, ¿qué tal estás? –le saluda mientras éste no para de mover el rabo de lado a lado y lametearle las manos. –Está bien, está bien –le susurra acariciándole. -¿Qué, salimos ya? –Le coloca la correa con sutileza y se lo lleva de paseo dirección al bosque de Can Gorgs. La pequeña mascota está encantada.

-Venga, corre –le dice mientras lo desata en la entrada del parque –desahógate aquí que el limonero ya ha sufrido bastante –grita. Pero el joven Beagle ya no le presta atención. Nada más soltarle ha salido escopeteado en busca del olor a descomposición que ha captado su olfato. Tiene que averiguar qué es lo que produce ese hedor a muerte.
Y tras correr durante unos pocos segundos y atravesar unos setos bajos lo encuentra. Se detiene al instante y observa la figura con cuerpo de hombre que se tambalea por el camino. Camina a trompicones. El joven Lupo comienza a ladrarle como un poseso, su olfato y su instinto le dicen que intente alejar a ese ser de su camino. Pero el muerto, al escuchar el sonido del perro reacciona justo al revés, encaminándose con más ansias hacia el perro.

Entretanto, pasados los setos Elsa se ha encontrado con su vecina Helena y hablan despreocupadamente. Están comentando la propuesta que ha lanzado el alcalde de la ciudad de Badia de construir un nuevo centro de atención primaria.
-Pues yo creo que esta ciudad se queda pequeña, primero la construcción del Ikea al lado del río, y ahora esto, pronto no habrá espacio ni para pasear –protesta animadamente Helena.
-Pero Helena, ya verás cómo es mucho mejor así, habrán menos colas, mejor servicio –le sigue explicando Elsa hasta que aparece su perro corriendo. -¿Qué pasa Lupo? ¿Tan pronto quieres irte? –pero distingue algo raro en el perro, lleva rastros de sangre en la barbilla y tiene una mirada de miedo en los ojos. –Algo no va bien –le dice a Helena mientras que, a través de dos árboles, aparece la figura vacilante de un hombre.
Mientras las dos mujeres observan calladas al hombre que camina con paso torpe, el perro empieza a morder los bajos del tejano de su dueña y a tirar en dirección contraria.
-Basta Lupo, para ya –le grita. –Mira que está raro hoy.
-Debe de ser la entrada del verano –le dice Helena. –Y ese hombre, parece que esté herido, ¿viene hacia nosotras o me lo parece? –pregunta.
- Sí que se acerca, y no parece que esté muy bien –contesta preocupada.
Mientras van diciendo esto, el hombre ya está muy cerca, las tiene a veinte metros y las huele y oye perfectamente. Comienza a levantar los brazos como si quisiera agarrarlas y de su garganta nace un profundo lamento. Sigue acercándose metro a metro.
-Por Dios, que pintas tiene –le comenta Helena a Elsa. -¿Se encuentra bien? –pregunta en voz alta con un poco de miedo.
Pero él no contesta, sigue avanzando impasible hacia ellas y gruñendo débilmente.
-Madre mía, cómo huele –exclama Elsa –le ha debido pasar algo, mira como viene. ¿Señor, nos puede oír? –le pregunta Elsa mientras se acerca hacia él.
Todo pasa muy deprisa, ella se acerca y con miedo le agarra suavemente del brazo y le mira a la cara. Es entonces cuando reacciona, cuando al mirarle a los ojos descubre que no hay vida en ellos. Cuando al sentir la piel del brazo no recibe calor alguna de ésta. Cuando al mirarle a la cara se da cuenta de que lo que tiene delante no está vivo. Siente la descomposición en sus dedos.
Pero es demasiado tarde. El cuerpo del que antes era un joven marroquí llamado Hassân la tiene sujeta con el brazo izquierdo. Con un movimiento asombrosamente rápido y un gemido que detiene el corazón de Elsa, cae sobre ella y la muerde fuertemente en la clavícula izquierda. Un grito de asombro silencia los pájaros del bosque de Can Gorgs. Helena, que hasta ahora estaba paralizada mirando a su amiga, la coge de la cintura y la aparta de la terrible criatura de un fuerte tirón.

-Me cago en todo –dice histérica- ¿estás bien Elsa?
-Creo que sí –contesta- vámonos de aquí corriendo, este tío no está bien –le grita mientras empuja con un movimiento rápido a Hassân.
Al empujarlo, éste cae al suelo torpemente, y las dos amigas deciden salir lo antes posible del parque mientras intenta levantarse sin éxito.
-Voy a llamar a la policía –le dice Elsa a su amiga –ese hombre no es normal, parecía que estuviera muerto de verdad.
-Y que lo digas, ¿te ha hecho daño al morderte? –le pregunta con miedo.
-Más susto que daño, diría yo –le explica- pero también llamaré a una ambulancia, si yo no la necesito, puede que él sí, no parece estar bien.

Al mismo tiempo que las dos amigas están llegando a la salida oeste del parque, por donde había entrado antes Elsa dispuesta a pasar un rato de tranquilidad paseando a Lupo, un hombre mayor llamado Luís se les acerca alarmado.
-¿Señoras están bien? He visto lo que ha ocurrido desde allí –les explica señalando la parte alta del parque. – ¿Les ha hecho daño?
-Un poco –aclara Elsa –me ha mordido pero solo parece que me ha dejado la marca, no me ha hecho gran cosa. Aún así, si fuera tan amable de quedarse con nosotras, vamos a llamar a la policía para que detengan a ese hombre.
-Claro que me quedaré señoritas, puede que me pregunten por lo que también he visto yo –aclara Luís.

El cuerpo del que antes era Hassân ya se ha levantado. Como si no hubiera pasado nada vuelve a la carga. Sabe la dirección que han tomado sus presas. Las huele y capta unos ladridos no muy lejanos. Se vuelve a dirigir hacia ellas con más ganas de atraparlas. La sangre que ha probado enloquece su mirada muerta y sus brazos le ayudan a equilibrar sus torpes pasos. Ya las vuelve a ver.
-Mierda, ahí vuelve –exclama Helena –parece que esté completamente ido.
-Quédense detrás señoritas –les ordena Luís –intentaré hablar con él.
-No le hará caso, parece que no entienda lo que se le dice –le explica Elsa asustada –yo ya intenté preguntarle qué le pasaba. Vamos hacia la carretera que la policía estará a punto de llegar –les dice mientras ata a Lupo con la correa.
El muerto no se detiene. Les ha visto y se dirige hacia ellos caminando con una descoordinación increíble en cada paso. Parece que quiera correr pero no sea capaz de hacerlo. Ve otra nueva presa. Pero sus ojos están fijos en Elsa. Ya ha probado su carne y le encanta. Está viendo que comienzan a moverse y alejarse de él. De su putrefacta garganta surge un ronco gemido de desesperación. Los quiere aferrar. Sólo siente ganas de comer. Y ellos son su comida favorita.

Están llegando a la carretera cuando Lupo levanta inconscientemente las orejas. El aire trae un alegre sonido de sirenas. Es uno de los coches patrulla del cuerpo de mossos d’esquadra de la ciudad vecina, Barberà del Vallès.
-Se oyen las sirenas –dice Elsa con un tono esperanzador–ya llega la policía.
-Menos mal que vivimos en una ciudad pequeña –suspira Helena.
-Miren, ése sigue acercándose –comenta Luís –parece que le dé igual que le vayan a detener.
A lo lejos, sigue avanzando torpe e incansablemente el cuerpo del que antes era el joven marroquí. Continúa igual, moviéndose con espasmos irregulares, tropezando con sus propias piernas e intentando no caer en cada paso que da. Pero se va acercando. Metro a metro recorta distancias entre él y sus objetivos. Tan solo para de vez en cuando unos segundos y es entonces cuando emite un sonido ronco, mezcla de grito, lamento y convulsión que hiela la sangre de las dos amigas y Luís. El mundo que lo rodea queda en un profundo silencio. Los pájaros del parque callan sus bonitos silbidos asustados por la criatura. Es el lento paso de la muerte.
Entretanto, el coche patrulla llega y se detiene cerca de las tres personas unidas por el miedo. Bajan dos policías, el agente Eduardo Leal Serena y su superior jerárquico, el cabo Jorge Pérez Pérez.
-Buenos días. Hemos recibido un aviso de agresión en esta zona. ¿Son ustedes los que han llamado? –pregunta el cabo.
- Sí, he sido yo–aclara Elsa –miren ahí abajo –señala hacia Hassan con el dedo índice de la mano derecha –nos atacó sin haberle hecho nada y me mordió –explica señalando la mordedura del hombro. –Vayan con cuidado, no responde a lo que se le dice –les advierte mientras el muerto sigue avanzando hacia ellos.
-Madre mía –exclama el agente.
-Si son tan amables, me gustaría que acompañaran al agente Eduardo al coche patrulla. Los llevaremos a la comisaría y les tomaremos declaración. ¿Cómo se llama usted? ¿Va armado el agresor? –pregunta el cabo a Elsa.
- Elsa, Elsa Pajarín Maceda. No va armado, me ha atacado agarrándome y mordiéndome.
- Muy bien, Elsa. Usted vaya también con mi compañero que ahora llegará una ambulancia y le verá la herida –le dice amablemente. –Agente Eduardo, llévelos al coche mientras yo detengo a ese hombre –ordena el cabo. –Si le necesito le avisaré.
-Está bien –responde éste secamente.
Con paso firme el cabo Jorge se dirige en dirección a la criatura de forma humana que avanza hacia él. Se han visto y se dirigen el uno hacia el otro. Siente repulsión y desconfianza hacia la persona que avanza por el claro directamente a él. Una mano lleva las esposas, la otra está preparada para sacar rápidamente la porra policial. Aunque nunca en sus años de servicio había visto nada igual, está seguro de que podrá detenerlo y llevarlo a comisaría. –Que forma tan extraña de moverse –piensa para sus adentros –y que comportamiento más extraño ¿estará bajo los efectos de alguna droga nueva? –se pregunta.
Siguen acercándose cada vez más. Ya se pueden ver perfectamente las caras. La piel pálida y decolorada, el color de alguien que lleva un tiempo muerto. Los ojos desenfocados y la boca abierta en un terrible espasmo. Empieza a gemir incontroladamente, es el momento del enfrentamiento.

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