jueves, 14 de abril de 2011

Capítulo 8. Clara abre las puertas de la pesadilla. Día 2 de junio de 2012. Sábado. Las 03:18 horas.

En el pasadizo de entrada a la morgue del hospital de Sant Pau se respira un silencio mortal. Han pasado cuatro horas desde que Arturo, el simpático técnico de anatomía patológica del hospital, expulsara su último aliento en nuestro mundo. Al final del pasillo, en la puerta que da paso a la habitación donde se realizan las autopsias, ya no se escucha ruido alguno. Por extraño que pueda parecer, los golpes del cadáver que perseguía al forense se han detenido hace pocos minutos. Es como si se hubiera percatado de que no queda nadie vivo fuera. Cerca del quicio de la puerta, en el suelo, descansa la falange distal del meñique de la mano derecha del muerto y a unos pocos centímetros de ésta, un pedazo del labio inferior de lo que antes era su boca junto con un diente. Su cara y sus manos están destrozadas por haber golpeado la puerta durante tanto rato. Ahora, el muerto viviente deambula por la habitación sin rumbo fijo, chocando con las camillas, tirando algún que otro utensilio médico y gruñendo débilmente cada pocos pasos. Una de sus piernas, la derecha, se arrastra por el suelo sin levantarse de las baldosas. La nariz y la frente están irreconocibles. El bisturí sigue insertado en su apéndice pero en el rostro desfigurado del cadáver no se aprecia dolor alguno por ninguna de sus heridas. Tampoco sangra, su corazón dejó de bombear sangre al morir en el fatídico atropello. Nadie podría reconocer que hace unas horas, eso era el cuerpo sin vida de Sergio, un trabajador del zoológico de Barcelona que no había hecho daño a nadie.


Son las 05:08 cuando se abren las puertas principales de entrada y salida del edificio de la morgue. En el exterior reina el silencio habitual de un mundo aún dormido. Todavía es de noche y la frescura primaveral se adentra por las fosas nasales invitando a inspirar y llenar plenamente de aire los pulmones, que aún siendo de ciudad, parece estar fresco y limpio. Incluso el hospital, allí al lado, parece descansar con tranquilidad.

Por las enormes puertas entra torpemente Clara Ballester Antequera, segunda técnica de anatomía patológica del hospital de Sant Pau, compañera de trabajo de Arturo. Mientras que una mano temblorosa termina de abrir las puertas la otra cuida de que no se le caiga la bandeja que lleva encima, una revista, un café y una napolitana para un desayuno tempranero. Viene a relevar a su compañero de anatomías para empezar su turno.

-Qué raro, no está escuchando música –piensa Clara mientras avanza tranquila por el pasillo hacia la sala principal de autopsias. –Por Dios, ¿qué ha ocurrido aquí? –se ha detenido desconcertada al ver un rastro de sangre y suciedad en el suelo. –Oye Arturo –grita con su voz aguda –Si piensas que voy a limpiar esto lo llevas claro.


Clara sigue avanzando hacia la puerta. Ya tiene el pomo cogido mientras sujeta con la otra mano la bandeja del almuerzo cuando de pronto escucha un ruido al otro lado. Un arañazo y un débil lamento que provienen de la otra cara de la puerta. Un escalofrío recorre todo su cuerpo a la vez que un inesperado miedo se instala en su cabeza. –Por Dios, cómo estoy hoy –piensa. Pero sigue sin girar el pomo. –Arturo, ¿estás ahí? ¿Te importa abrirme? Vengo cargada con el desayuno –pregunta en tono cordial. Pero no oye nada, solo su frágil respiración. 

Decide pegar el oído a la puerta mientras piensa para sus adentros lo extraño que empieza el día. Es entonces cuando, después de llevar unos segundos interminables escuchando, algo golpea fuertemente el otro lado de la puerta, haciendo gritar a Clara con el corazón en la boca –Me cago en la puta –exclama -¿Qué coño pasa? –grita. Pero ya es demasiado tarde, Arturo, su compañero de trabajo ahora convertido en muerto viviente había estado vagando por los pasillos del edificio y ha ido avanzando torpemente hacia los ruidos que Clara hacía, hasta llegar a ella y ver a una presa a la que devorar. Se acerca por detrás y Clara, recuperándose del sobresalto de la puerta, no se da cuenta hasta que es demasiado tarde. Ya lo tiene encima. 

El forcejeo sucede rápidamente. El cuerpo muerto de Arturo coge a la indefensa doctora por los hombros, arañándola y tomándola en un abrazo mortal mientras que muerde con toda la fuerza de su mandíbula la oreja izquierda de la doctora. Son unos instantes aterradores. Clara siente pánico y dolor pero intenta escapar, empujando a su atacante fuera de su alcance. Entonces se da cuenta, nota como sale la sangre a borbotones por su lado izquierdo de la cabeza. Y no oye nada, como si tuviera el oído taponado. Un dolor tremendo que se extingue de inmediato al ver que su atacante tiene en la boca una oreja ensangrentada. Y se vuelve a dirigir hacia ella con paso torpe. Con una mano en el lugar donde antes estaba su oreja y en pleno estado de shock su mente le ordena que busque un refugio seguro y decide meterse rápidamente en la sala de autopsias pero al abrir la puerta se encuentra de frente con un cadáver con la cara deformada mirándola. Sus piernas no responden. Esto escapa a toda lógica. Una conmoción que no le deja pensar en nada. Ya ni siquiera es consciente de los fuertes latidos que siente en el orificio donde antes estaba su oreja ni de la sangre que le resbala por la mano. El muerto que está delante la coge impulsivamente por la cabeza y le muerde en la nariz, buscando arrancarle el máximo pedazo de carne, pretendiendo llegar hasta el fondo de su cabeza, mientras que el cadáver de Arturo lo hace por la espalda. Clara intenta gritar pero de su boca solo sale un triste lamento. Un sollozo que se pierde entre los gruñidos que emiten los cadáveres. Ya no le quedan fuerzas para resistirse. Su mente y su cuerpo ya no están con ella.


1 comentario: